La voz
La estación de la infancia
cruzo desde la hondura
de esta tranquila tarde,
mientras a la garganta
el hilo de una voz
se me enreda, llamándome.
Camino en la luz pura,
y al escuchar la voz,
ese insistente acento
levanta mi mirada
hacia el profundo cielo.
Acudo a su llamado:
me aproximo al encuentro
de mis primeros pasos.
La infancia y yo
Aún recuerdo la infancia:
tan pequeñita era
que yo me sentía grande.
La infancia quería jugar
los juegos que yo no jugaba.
A veces me miraba de frente y se iba,
y otras, se quedaba conmigo amigable.
Ella conocía secretos
que ignoraba la mente,
y por lo tanto su risa era plena
cuando sabía que yo estaba triste.
La infancia, es decir, vivía feliz
junto a mi desdicha.
Mar de infancia
Aún me persigue la ola,
la primera que hizo retroceder en la arena
a mis sorprendidos pies.
La mañana se despierta...
La mañana se despierta balbuceante,
en mi ventana parece sollozar,
habla apenas con susurros
perceptibles al oído
como un niño en pleno llanto.
Y la mañana se prolonga en mí,
ardiendo mi sangre
en el cotidiano amanecer.
Mundonuestro
Del niño que respiró en mí
alimentado de mi sangre
y con mis huesos protegido,
de ese solo niño
criatura amarga,
no sé exactamente
si algo de su ser
perdure aún, invicto
en su catástrofe de miedo.
En realidad, me sobrevive
su mirada, relámpago furioso
partiendo en más de dos mi nombre.
A través de sus turbulencias imágenes
sueño lo que él mira, deseo
lo que su pensamiento imagina.
(Ése que canta soy yo.
El que conjura con sus versos
el desenfreno agrio de la locura,
enclaustrado en su atalaya de muerte
esperanzada.)
No. No ha muerto y no morirá.
Lo sé ahora, cuando descubro
que erige nuestro mundo desde sus sílabas
de cataclismo y fuego.
La alternativa
Pueblo, todavía no te conozco
porque no he llegado a conocerme.
...Tan distante de mis recuerdos
tan pequeño en mi corazón;
no es que no te quiera. No
(tantas razones encuentro.)
Pero hay, también, viajando
dentro de mi sangre, una tristeza antigua,
un dolor no saldado: perseverancia de liberarme
de lo que mi ser no es.
Y conocerte mejor
para lograr amarme sin más remedio,
así, sin otra alternativa pues —seguro estoy—
es sólo el amor quien nos salva.
Vuelvo a tus calles que ando y desando
al rodear los mismos sitios
llevándome, siempre puntual,
a los umbrales de mi infancia.
Huellas del llanto
Como abandonados huérfanos, habitantes
del olvido, mis viejos zapatos
repasan todavía su historia
desde el recinto de las añoranzas y lo
inservible.
¿Cuántas aún lágrimas tendrán por decir?
Oh tan míos mis sufridos zapatos
ejemplos de mi sinamor.
Muchas veces huir quise de sus tribulaciones:
contemplé los caminos que no anduvieron y
ahondé
a la selva en la que me perdí.
Qué importa si con sus agravios
ahora me persigno:
aun así no restaño el cuantísimo tiempo
que por mi cobardía engañé el rumbo,
la dirección de su ortopedia
para juntos no andar
hacia el horizonte de nuestro destino.
En el país de los zapatos
los míos optaron por el exilio,
y aunque sobre todo mártires
de mi vergüenza,
ellos el espejo y mi referencia son.
Porque metáfora posible no hay
para llorar tanta amargura
yo sólo pienso, ay
amargos los zapatos míos
como triste fue mi corazón.