EL BOSQUE PRODIGIOSO
RECUERDOS AL FINAL DE UNA VIDA
Octubre de 2.004. Estoy sentada gozando del cálido sol de otoño. En mi mano derecha reposa una pequeña rama con una piña preciosa, que acaricio suavemente, como un rito ancestral. Practico mi pasatiempo favorito en los últimos años: mirar el mar. Imagino cada ola como un día de mi vida, algunas veces, suaves y otras fuertes e impetuosas, pero siempre bellas. En el mar está la armonía, el romanticismo, la paz y la furia, la luz y la oscuridad. Está la vida y la muerte, las multitudes y la soledad.
Por eso me identifico tanto con él y puedo compararlo con mi paso por este mundo, efímero y largo, a la vez. Porque mi etapa de mortal ha sido suave, impetuosa, armónica, romántica, pacífica, furiosa, iluminada, multitudinaria, solitaria. Y en su conjunto, inmensamente feliz.
Pero, ¿qué es ser feliz? ¿Qué es la felicidad? Alguien dijo que la felicidad no es una estación donde debe llegar el tren, sino todo el camino. Pero el camino no es bucólico, lleno de pétalos de rosas, pues esta es la felicidad de los tontos. En el camino de la auténtica felicidad también existen la tristeza y la melancolía, auténticas forjadoras del espíritu, porque sin un espíritu fuerte y desarrollado, sin creer profundamente en uno mismo, no puede haber felicidad. Sólo la falsa ilusión de poseerla.
Felicidad es poder admirar sin desear. Es vivir sensata, honesta y justamente. Es engendrar y transmitir alegría. Es producir la dicha de muchas otras personas. Es dar, más que recibir. Dios no nos da la vida para ser felices, sino para merecer serlo. Pero sólo aquellos que estamos cerca de viajar al mundo de lo etéreo y hemos vivido intensamente, podemos descubrir felicidad en la propia muerte, vista como el broche de oro a una vida.
Mi mente está muy activa. Cuanto más lento es mi cuerpo, más rápido viajan mis pensamientos. He visto a una pareja de niños paseando por la playa y me he visto a mí misma, hace casi setenta y dos años, con mi hermano Daniel, paseando por nuestro bosque, el bosque prodigioso, donde aprendimos todos los secretos que han marcado nuestras vidas.
Melancólica por la visión, entro en un estado de regresión mental que me traslada a la edad de once años. Vuelvo a estar con Uhú, el búho, su abuela Lady Wuita, una especie de hada madrina, Rita, la mona, Alas de Seda, Gus, Cri-cri...Estas fueron las maravillosas experiencias que viví en mi bosque, con mis amigos los animales.
MI FAMILIA
Vuestros hijos no son vuestros hijos. Son los hijos de la Vida, deseosa de perpetuarse. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros... Podéis esforzaros a ser parecidos a ellos, pero no busquéis hacerlos a vuestra semejanza. (R. Tagore)
Año 1.922. Me llamo Alba y tengo once años. Mi familia está formada por mis padres y Daniel, mi hermano pequeño, de ocho años, a quién todos llamamos Dani. También tenemos abuelos, pero los vemos sólo dos o tres veces al año, cuando vienen a visitarnos en vacaciones o para pasar las Navidades juntos.
Mi papá se llama Anselmo y es un afamado jurista. Sus clientes se cuentan por cientos, por lo que tuvo que montar un despacho profesional y contratar a tres abogados para que le ayudaran.
Julia, mi mamá, es el prototipo de mujer del siglo XX. Hermosa, de carácter muy fuerte, independiente, atractiva, decidida, simpática... y muy atareada, pues sus compromisos sociales le ocupan todo su tiempo. Desempeña un alto cargo en la Cruz Roja Española, circunstancia que le obliga a viajar a menudo por diversas capitales europeas. A sus cuarenta años está en la cumbre de su vida y, como repite a menudo, “totalmente realizada”. Algún día, cuando me acuerde, le preguntaré qué significa estar así.
Desde hace cuatro años vivimos en una masía, casa típica catalana, construida en el año mil ochocientos cincuenta pero reformada totalmente, hasta convertirla en un hogar con todas las comodidades posibles. Está a dieciséis kilómetros de Barcelona, pero muy bien comunicada, pues tenemos la carretera a menos de tres kilómetros. La masía está en un terreno muy grande, de algo más de cinco hectáreas. En la parte delantera hay un jardín con muchas flores, árboles frutales y un pozo que nos regala agua fresca y cristalina, pero la mayor parte de la finca es un bosque. Un bosque maravilloso, lleno de misterios, con muchos árboles, flores silvestres y pequeños animales salvajes. Un riachuelo de aguas plateadas lo embellece, cruzándolo caprichosamente en extrañas curvas. Uno de mis abuelos había construido un pequeño puente de madera para que pudiéramos cruzarlo de una parte a otra.
Dani y yo estamos matriculados en un colegio muy bueno de Barcelona, dónde vivimos y nos formamos de lunes hasta el viernes a mediodía, cuando el chofer de papá, conduciendo un flamante Hispano Suiza, nos devuelve a casa.
Tenemos gran cantidad de juguetes, los más caros y sofisticados del mercado, ¡incluso una máquina de escribir!. María, la tata, está con nosotros desde hace siete años y nos cuida como si fuéramos sus propios hijos. Por eso nuestros padres pueden marcharse tranquilos siempre que sus obligaciones lo requieren. ¡Y es muy a menudo!
Casi tenemos cuanto puede desearse en la vida y por ello mi familia es admirada y envidiada por la mayoría de parientes, vecinos y amigos, que nos consideran de la “alta burguesía” catalana. Y he dicho “casi” porque nuestros padres viven plenamente pero nuestra felicidad, la de Dani y mía sería completa si pudiéramos estar un poquito más de tiempo con papá y mamá. La verdad es que les echamos en falta, aunque las atenciones y caricias de María compensen algo esta falta de afecto.
Pero desde hace casi un año nuestra vida ha cambiado gracias al bosque, dónde mi hermano y yo hemos encontrado a nuestros mejores amigos.
MENSAJE: Tenemos casi todo, pero ¿somos felices?
EL BOSQUE
Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, es peligroso. – (Confucio)
Cierto día de diciembre pasado, estábamos los dos correteando por el bosque y desahogándonos de una frustración. Nuestros padres nos habían prometido ir a esquiar el fin de semana a una prestigiosa estación de esquí, con nuestros primos y tíos, pero los malditos compromisos de última hora habían destrozado nuestros planes e ilusiones.
Estábamos sentados al pié de un viejo olivo, gozando del tibio sol de invierno y lamentándonos de nuestra desgracia.
- Fíjate en esta ardilla – me dijo Dani, señalando con su dedo al simpático animalito que saltaba ágilmente de rama en rama – seguro que es más feliz que nosotros.
De repente se oyó una voz profunda, misteriosa:
- ¿Qué os sucede, niños? ¿Por qué estáis tristes?
Asustados, miramos a nuestro alrededor buscando a quien nos había hablado. Pero no vimos a nadie.
- ¿Lo has oído, Alba? – preguntó Dani, con el miedo reflejado en su cara - ¿Quién puede haber sido?
- No lo sé – contesté, procurando mantener la calma y actuando como la hermana mayor, aunque estaba más asustada que mi hermano – Pero también lo he oído.
- ¿Queréis mirar hacia arriba? – volvió a sonar la misteriosa voz.
Así lo hicimos, pero sólo pudimos ver a un búho subido a una rama, que estaba observándonos con sus grandes ojos.
- ¿Quién nos habla? – pregunté, sin dejar de mirar al pájaro.
- Soy yo, el búho. ¿O es que los búhos no podemos hablar?
- Cla... claro, señor búho – contestamos los dos a la vez, mirándole con asombro - Lo que sucede es que nunca lo habíamos oído.
- ¿Creéis que los animales podemos hablar y comunicarnos entre nosotros? – nos preguntó, inquisidoramente - ¿Lo creéis, de verdad?