Y ¿Por qué el burro tiene las orejas largas?
Es una noche muy fría, del primer 24 de diciembre....
José anda en búsqueda de alojamiento para su esposa María, quien está por dar a luz a su hijo.
Hace frío, mucho frío, es una helada noche de invierno.
Todos los hospedajes están copados. El Emperador Romano ha dado la orden de que todos deben ir al pueblo de origen de sus antepasados, para inscribirse para el Censo.
José, obediente, se dirige a Belén, el lugar que le corresponde, sin poner por excusa para no hacerlo, el estado en que se encontraba su esposa y las dificultades de viajar en esas condiciones.
Llegó así la noche y en ninguna parte hubo lugar para ellos.
Lo único que pudieron obtener fue una gruta, que era para guardar a los animales y donde ya se encontraban un buey y un burrito.
José la limpió lo mejor que pudo y acompañó a su esposa que se puso a esperar el gran momento.
Hacia frío, mucho frío y el buey y el burro, que se habían relegado a un rincón, para dejarles espacio, se encontraron que eran los únicos que en ese momento podían darles algo de calor, tanto con su aliento como son sus cuerpos. Y así se dispusieron a hacer lo mejor que podían, con esta pareja, que eran tan sencillos y amables.
Cual no seria su asombro al verles con un bebé... un bebé que no lloraba, a pesar del frío.
Un bebé que los miró y les sonrió.
El buey se colocó al fondo y con su aliento intentaba darle un poco de calor y el burro se puso tapando con su cuerpo, la entrada, para que no penetrara el viento, ya que no había puerta que les protegiera.
El frío era intenso, penetrante y el burrito no hallaba como hacer, para que su cuerpo lo detuviera y no entrara a la gruta, a herir a ese niño tan pequeño y hermoso.
Empezó a estirarse lo más que pudo e intentaba parar sus orejas, que hacían como de puertas para detener el viento.
Pero a medida que avanzaba la noche, el viento y el frío aumentaban, por lo que el burrito, paraba y paraba sus orejitas y con esto veía que podía detenerlo y cada vez que lo hacía y miraba al niño, éste le sonreía…
Fue tanto su esfuerzo por parar las orejas, que éstas empezaron a crecerle y él veía que estaban cada vez más largas, pero lejos de importarle, estaba feliz con ello, pues ofrecían mayor escudo de protección.
María y José lo miraban con gratitud y al amanecer, ya las orejas del burrito, lograban cubrir todos los resquicios de la entrada y el ambiente se mantuvo algo más cálido.
Por la mañana, empezaron a llegar visitantes, con regalos y cantos y algunos miraban extrañados a este burrito, que tenía las orejas tan largas, pero él estaba muy contento pues había podido ayudar en esa noche y nunca olvidaría la sonrisa de ese niño a quien protegió del frío y del viento.
Y en recuerdo de esta noche, hasta hoy, todos los burritos tienen las orejas largas.
Cuando veas un burrito, observa sus orejas.
Si son largas, es un burrito muy generoso y si son muy largas, es de la familia directa del burrito de Belén.
La cabrita Micaela
Los ángeles pasaron avisando a los pastores, que había nacido el Niño Jesús….
Era la madrugada, estaban medio dormidos, pero salieron de carrera, pues todos querían adorarlo,
Los cinco pastorcitos que se reunían en la colina con sus rebaños, partieron presurosos y se preocuparon de buscar algo que llevar como presente: leche, quesos, lo que tenían…
David, que era el más pequeño, siempre andaba con su cabrita
Micaela, al lado y partió con ella Micaela era la cabrita regalona, muy querida por David y a la vez tan hermosa como traviesa, le gustaba estar siempre cerca de su amo y si no, andaba por ahí inventando, que travesura podría hacer para entretenerse. Por lo que David cuando no la veía, se preocupaba y corría a buscarla.
Partió Micaela con su amo, a ver al recién nacido y llegaron todos los pastorcitos, con sus presentes, los que depositaron en manos de José. El estaba muy feliz con los regalos, pues nada tenía, para el Niño.
David se miró con las manos vacías y dijo. Micaela, serás tú mi regalo, quédate con el Niño, cuídalo, dale leche, acompáñalo, dale calor y pórtate bien….yo después te vengo a visitar.
Y se fue, con el corazón roto por separarse de su compañera y amiga, pero a la vez feliz de poder dársela a ese niño maravilloso, que le sonrió y miró con amor.
Y Micaela cuidada por José, le daba lecha cada día al Niño Jesús y también podían hacer quesos, para María y José…y David en cuanto podía se arrancaba a visitarlos…..guardando su secreto y muy contento con la oportunidad que se le había dado, de dejarle al niño en Belén, a su compañera, a su querida cabrita Micaela.