Llegamos a la casa. Salieron a recibirnos y nos besamos y
abrazamos fuertemente. El hombre, que se llamaba Agapito,
se marchó y le agradecimos mucho lo que había hecho por
nosotras. Estaba mi tía Consuelo con sus cuatro hijos pero
el tío Julián no estaba. Lo habían enviado a supervisar los
arreglos de varias vías y esos días estaba en el trayecto que
va de Zaragoza a Zuera. Esa zona había sido muy castigada
porque también estaba cerca del frente. Volvió unos días más
tarde y mi madre y tía le ayudaron a cortar y preparar leña
porque el invierno se echaba encima. También mi madre les
ayudó con los animales, el huerto o todo lo que hacía falta.
Mientras tanto los niños jugábamos y nos íbamos conociendo
porque hasta entonces no nos habíamos visto nunca.
Una vez ya establecidas con mis tíos y primos nuestras
vidas fueron mejorando, especialmente mi madre que
sin poder encontrar una explicación, poco a poco se
fue poniendo mejor hasta curarse totalmente. El bulto
desapareció y ya no tuvo más molestias. Lo más preocupante
era el ruido ensordecedor que de vez en cuando nos llegaba
desde el frente. Había días que no paraba la artillería y
también los bombardeos. Llevábamos más de dos años de
guerra y aunque en momentos era inaguantable nos habíamos
acostumbrado. Hacía mucho frío y había mucha nieve. Los
niños aún teníamos la inocencia de jugar en la nieve a pesar de lo que estaba pasando tan cerca. Lo que importaba era
el día a día, no pensábamos mucho más que tener algo para
comer y seguir vivos. La muerte estaba muy cerca. Cada día
corrían las noticias por el pueblo de cómo estaba el frente,
de los heridos, de los muertos. Como Poleñino y Lalueza
eran unos de los pueblos cercanos al frente, se tuvieron que
adaptar varios edificios para atender a los heridos. Los más
graves los llevaban en ambulancias a Sariñena para luego en
tren trasladarlos a Barcelona. Se hicieron fosas comunes muy
grandes porque cada día había muchos muertos.
Lo que sucedía es que nos encontrábamos en una zona
muy conflictiva. Cuando estalló la guerra la mayor parte del
país era republicana, solamente Galicia, un poco del sur del
País Vasco, parte de Castilla la Vieja y Extremadura, toda
Navarra y parte del oeste de Aragón eran nacionales. Por
mala suerte Zaragoza y Huesca eran nacionales y nosotros
estábamos justo al borde del lado republicano de Aragón y
por eso teníamos delante el frente.
Con el transcurso de los meses Franco y sus generales
muy unidos y con buenas estrategias fueron ganando terreno
poco a poco. Cada día nos llegaban las malas noticias. El
intento republicano de parar a los nacionales en la batalla del
Ebro, fue un fracaso y representó la pérdida de Cataluña. Era
el mes de enero y un día que estaba nevando, hacía poco que
nos habíamos levantado y hacía mucho frío, estábamos todos
alrededor del fuego cuando oímos a alguien que gritaba a la
puerta. Mi tía Consuelo abrió y se encontró con Agapito:
—¡Consuelo! Se ha roto el frente y los nacionales están
entrando en los pueblos. Creo que van haciendo atrocidades
con todo lo que encuentran. Todos nos estamos marchando antes que lleguen. ¡Os recomiendo que os marchéis lo más
pronto posible! Salió galopando con su caballo a buscar a su
familia, pero mi tío Julián estaba en Sariñena con la RENFE.
Mi tía y mi madre decidieron salir también de allí porque
había mucho pánico general y querían ir a Sariñena para
encontrarse con mi tío. Las dos mujeres cogieron un poco de
comida en una cesta, una maleta, varias mantas, nos pusieron
toda la ropa más caliente que teníamos y abandonamos la casa. Dejamos todo. Animales, comida, ropa, muebles, en fin, que huimos como pudimos porque todos sentían como si los jinetes de la Apocalipsis iban acercándose.