Relato en tres tiempos

Sus ojos azules de tanto llorar parecían casi transparentes, llevaba un largo camisón blanco que se pegaba a su cuerpo, dejando adivinar las curvas de sus senos, duros y puntiagudos, sus caderas se abrían en contraste con el pequeño talle y sus pies desnudos, pequeños, con los dedos armoniosamente parejos, fueron despertando en él unas ganas inmensas de poseerla, de abrazarla, de besar aquellos pies y aquellos senos. Pedro se acercó lentamente a ella y con las dos manos le tomó el rostro, y besó sus lágrimas, primero besó sus ojos, luego sus mejillas y suavemente besó sus labios, Regina se dejó querer…se entregó y comprobó lo que contaba Rosa del amor de hombre, único total, arrollador… -¡Tómame Pedro, humíllame si quieres, me lo merezco! “Un huracán de fuego”, pensó Pedro, al poseer a su mujer por primera vez, nunca en su vida había tenido una hembra en sus brazos tan hambrienta de pasión como aquella. Ella lo devoró una y otra y otra vez, restregó su cuerpo desnudo contra el de él como para impregnarle su olor de por vida y de su boca probó todos sus sabores mezclados con los suyos propios, ni la mujerzuela más perdida del pueblo hubiese sido capaz de inventar las caricias que improvisó Regina para él, aquella noche.