“EL AGUA, alimento vital para sus células”
Extracto de la Introducción
Los setenta millones de millones de células que conforman el cuerpo humano viven en un medio acuoso. Ante una carencia de agua, aunque sea mínima, disminuye la calidad de vida, se dificultan seriamente todas las funciones orgánicas y se adelanta el proceso natural de envejecimiento.
Pilema Pulmo es una medusa cuyo organismo consiste en 95.40 % de agua. Si quitáramos el agua a esta interesante y primitiva forma de vida pluricelular, sería nada. El 4.60 % restante de su estructura vital devendría en un polvillo insignificante, imperceptible a la vista.
Y... ¿qué pasa con el ser humano, la forma más compleja que existe de vida pluricelular? A nadie se le ocurriría pensar que somos tan acuosos como la Pilema Pulmo y ciertamente no lo somos, pero la sustancia gris de nuestro cerebro, donde yacen las facultades de sensibilidad consciente, comandos orgánicos, respuesta a estímulos, memoria, voluntad e inteligencia, formada por cien mil millones de neuronas, está constituida por 85 % de agua, es decir, un poco menos que la que contiene la medusa. Nuestros músculos, esos poderosos tejidos que pone en movimiento un atleta para correr 100 metros en 9.8 segundos, son agua en un 74%. Nuestros huesos, las maravillosas estructuras que nos sostienen o protegen, que son macizas y que parecen tan secas como el palo de una escoba, contienen 5 % de agua. Si extrajéramos a nuestros dos pulmones el agua que contienen devendrían en una especie de pergamino viejo y arrugado que cabría en el puño de un hombre. Y téngase en cuenta que ambos pulmones llenan casi toda nuestra caja torácica, nuestro pecho.
Los seres humanos seguimos siendo una especie de anfibios. Al cabo de un proceso que duró miles de millones de años la célula originaria, que se formó como “burbuja” en el caldo primitivo, logró desarrollar un sistema respiratorio capaz de obtener oxígeno; primero del agua, luego del aire. También se hizo autosuficiente, capaz de defenderse, de alimentarse y de reproducirse. Fue entonces cuando se aventuró a salir del agua, adaptarse al medio terrestre y dar origen a multitud de especies biológicas. Una de ellas somos nosotros.
Sin embargo, a cuatro mil quinientos millones de años de distancia temporal, no podemos sobrevivir sin agua. De hecho, los 70 millones de millones de células que nos conforman tienen que vivir en un medio 65% líquido. Sin agua nuestras células se secarían como pasitas en cuestión de segundos. Con poca agua serían inútiles. Con niveles de agua ligeramente por debajo de lo requerido sufren y funcionan de manera imperfecta.
El 70% de nuestro peso corporal es agua. En otras palabras, dos terceras partes de lo que somos físicamente es agua. A este respecto es menester aclarar que el contenido de agua del cuerpo difiere inversamente con su contenido de grasa. Las células de grasa contienen muy poca agua y en contraste las células magras contienen mucha. Por tanto, en una persona obesa el contenido relativo de agua es menor que en una persona delgada.
El 65% del agua que poseemos se encuentra en el interior de nuestras células (líquido intracelular). El otro 35% es líquido extracelular. De éste, 7% se encuentra dentro de nuestro sistema circulatorio (líquido intravascular) y 28% se encuentra en todos nuestros tejidos, pero fuera de las células (líquido intersticial).
Como puede apreciarse, nuestras células viven en un estanque rodeado de jardines húmedos, a su vez regados por una red inmensa de ingeniosas mangueras pulsátiles y de desagües provistos de válvulas: el sistema circulatorio.
La sangre, que es el líquido que fluye por la red de mangueras y desagües, es la fuente principal de agua para las células y para todos los tejidos circundantes (o intersticios). También es portadora de sustancias disueltas en ella y que son necesarias para la vida. A su vez, el principal abastecimiento de agua que recibe nuestra sangre es el agua que bebemos. En otras palabras, el “estanque” en el que viven lozanas y felices nuestras células es mantenido por el agua que les proporcionamos diariamente.
La sangre, impulsada por una bomba que es el corazón, lleva hasta las células agua, oxígeno y sustancias nutritivas y saca de ellas bióxido de carbono y sustancias tóxicas o de desecho para transportarlas hasta los órganos excretores (riñones, pulmones, intestinos, piel y glándulas sudoríparas).
Sin agua, que es el disolvente universal, todo lo anterior sería impensable. El agua es el medio de transporte de casi todas las sustancias que entran y salen de las células; es ella la que confiere humedad, fuerza y plasticidad a los tejidos; es la que almacena o pierde calor para mantener la temperatura idónea que se requiere para vivir en condiciones óptimas; es la que hace posible la ingestión, la digestión y la excreción. Sin agua sería imposible la función celular y, por tanto, la función de los órganos y sistemas.
El agua se encuentra en todos los alimentos naturales: 85-95% en las verduras y frutas, 65-70% en la carne, 80% en la leche, 35% en el pan.
Setenta millones de millones de células, que trabajan incansablemente día y noche para mantener nuestras funciones somáticas y mentales, requieren agua con apremio. Aman el agua. Se sienten juveniles y bien dispuestas en presencia suficiente de ella, mueren en su ausencia, funcionan muy mal cuando disminuye notablemente su suministro, y es muy probable que se depriman y envejezcan cuando mengua la lluvia interna que esperan y las vitaliza. Riego que deberíamos proporcionarles continuamente, aunque su requerimiento sea imperceptible a nuestros sentidos.
Este libro tiene como objetivo recomendar al lector que beba agua diariamente aunque crea que no la necesita. Nada se pierde, nada se gasta, nada se daña (salvo ante situaciones específicas que serán mencionadas en el capítulo 8), si se adquiere el hábito de beber agua todos los días. Un poco más agua de la que sentimos es necesaria. Al mismo tiempo, el libro pretende introducir al lector en los fundamentos más elementales de la estructura y funcionamiento de su cuerpo.
Aunque la lógica de la vida y sus orígenes, así como la realidad de nuestra estructura orgánica así lo sugiera, nadie puede asegurar categóricamente que bebiendo un poco de agua “extra” todos los días nuestras células habrán de sentirse mejor, más frescas y en condiciones óptimas para cumplir su cometido, también más juveniles o menos viejas. Pero tampoco existe alguien que pueda asegurar lo contrario.
Beber agua no cuesta y no daña, ¿por qué, entonces, no beberla aunque no sintamos sed? Es probable que a algunas personas no les guste beber un líquido sin sabor, pero por lo mismo no puede ser desagradable, y sí será de beneficio para el organismo.
Cuando tenemos sed, cuando nuestro cuerpo clama abiertamente por agua, cuando, en otras palabras, se prende el foco rojo de nuestro "tablero orgánico", es probable que muchos millones de células estén muriendo o simplemente desgastándose, envejeciendo prematuramente.
No esperemos a que esto suceda. Juguemos con nuestras células “el juego del agua". Yo te doy agua, célula. Tú decides si la necesitas y por tanto la aprovechas, o si no la necesitas y por tanto la excretas. Se trata de un juego sin perdedores.
Tú, célula, calmas tu sed o sólo te refrescas, yo sé que tus decisiones son perfectas porque obedecen a leyes inmutables de funcionamiento. Lo único que no acepto, que no quiero, es que falles por mi negligencia de regarte. Yo te regalo flores de agua, tú decides si se quedan en el florero todas o sólo algunas, o ninguna. Pero nuestro juego es un juego de siempre. No esperaré, tú lo entiendes, tu reclamo por una flor, te voy a dar todas las flores todos los días.
Tengo presente que tú, eres setenta millones de millones.