La familia de Guillo no era ni rica ni pobre. Era una familia
acomodada, como se decía en ese entonces. Su padre don Ricardo
Jaramillo era un viejo empleado del Banco de la República y su
madre doña Rosmira Giraldo, como la gran mayoría de las señoras
de esa época, permanecía en la casa haciéndose cargo de las
obligaciones hogareñas. Aunque los dos tenían apellidos paisas,
habían vivido muchos años en el Valle y no tenían ningún acento
ni costumbres antioqueñas. El padre de Guillo era un hombre de
temperamento bastante fuerte, pero al mismo tiempo amante
de su familia, gran trabajador y más que todo una persona de una
honradez acrisolada. Era muy conocida en el Banco la historia
de la noche en que don Ricardo habiéndose quedado a trabajar
se encontraba solo con el hombre que hacía la limpieza y quien
era un viejo un poco retardado mental, lento en sus acciones y
pensamientos. Con un trapo estaba limpiando escritorios, sillas,
recibidores, etc. Cuando pasó por la caja principal o bóveda,
accidentalmente tocó la manija de seguridad y esta dió vueltas.
Como quien dice la bóveda había quedado abierta. Allí era donde
se encontraba el dinero del Banco como también los lingotes de
oro. Cada seis meses hacían inventario en esta bóveda y hacía sólo
dos semanas habían hecho el último.
Como quien dice, quien hubiese querido sacar cualquier
cantidad de dinero, lo habría podido hacer y solo a los seis meses
seria descubierto el robo, siendo casi imposible saber que había
ocurrido. El padre de Guillo llamó a esa hora, 11 de la noche al
Gerente del Banco y le notificó lo estaba ocurriendo. Aún con la
pijama puesta, este se apareció junto con la policía y con los nervios
de punta procedió a cerrar la bóveda. Muchos años después Guillo
para mortificar al papá le decía que si hubiera sido él, se habría
guardado un par de millones que en esa época era una suma
fabulosa. Esto era motivo para recriminaciones y alegatos más
que todo muy cómicos y conducentes a exaltar la honradez que
las personas deberían tener.
La madre de Guillo, doña Rosmira Giraldo, era una señora
simpatiquísima, de un genio angelical y más que todo sumamente
servicial. No había persona que no la quisiera. Era el epicentro
de la familia y el paño de lágrimas de todo el mundo. Los otros
miembros de la familia eran Richard y Harold hermanos mayores
de Guillo y la hermanita menor María Teresa.
Cuando Guillo tenía 6 años su padre fué trasladado a Guapi, un
pequeño pueblo en la costa del pacífico, enclavado en la selva y
a orillas del río del mismo nombre. Aprovechando las vacaciones
del colegio todos se trasladaron al nuevo destino pero después
de dos meses los hermanos mayores tuvieron que regresar a Cali
a continuar sus estudios pues en Guapi solo existía primero de
primaria.
Esta fue una decisión bastante difícil especialmente para la
madre, pues esta clase de separación nunca había ocurrido. De
todas maneras parece que a los dos hermanos les encantó esta
idea pues quedaban bajo el cuidado de una tía, mujer bondadosa,
comprensiva y quien los quería como a sus propios hijos. Mas que
todo esto significaba estar lejos del padre y su disciplina. Esta
separación duraría dos años y para Guillo este viaje representaría
una de las etapas más felices de su vida, que ni el tiempo lograría
borrar. Si hubo algo que siempre lo acompañó, fue la nostalgia
que sentía cuando recordaba a Guapi, su río, su selva y mas que
todo sus gentes y sus amigos.
En la época de los cuarentas a Guapi se llegaba solo por avión
o barco. Un pequeño hidroplano perteneciente a la Fuerza
Aérea viajaba dos veces al mes llevando dos o tres pasajeros, la
correspondencia y una que otra mercancía. De vez en cuando
llegaba un barco. La familia de Guillo voló desde Buenaventura,
en la Costa del Pacifico. Por esos tiempos Guapi no era más que un
caserío de madera incrustado en la selva y a orillas del más bello
río que uno se pueda imaginar. Este majestuoso volumen de agua
tenía como mínimo dos cuadras de ancho y estaba influenciado por
el Océano Pacífico al cual desemboca. Tenía sus propias mareas
altas y bajas. Durante las mañanas el río baja y se forman pequeñas
playas en sus orillas. Al mediodía comienza a subir y alrededor de
las dos o tres de la tarde el oleaje es fuertísimo y se oye el ruido
de las olas como si fuese el mar. Mas o menos a las 6 comienza
a calmarse y durante la noche se tranquiliza y parece más bien
una piscina de muchos kilómetros de largo. En sus orillas crecían
silvestres las palmas de coco que en medio de árboles inmensos
le daban una majestad imponente. Unos kilómetros río abajo se
encontraba una pequeña isla llamada Valvanera en la cual durante
las mañanas se formaban playas bellísimas que eran la atracción
de los pocos visitantes. El pueblo estaba rodeado de selva y la
única comunicación que existía con los caseríos vecinos era por
canoa o lanchas de motor.
La entera comunidad era negra, gente buenísima y honrada.
Vivían del pescado, plátano, chontaduro, cacería y la búsqueda
de oro. No sabían que era una vaca o un caballo o mejor dicho
nunca los habían visto personalmente El calor era sofocante. Las
lluvias eran torrenciales y casi siempre diarias con excepción de
unos pocos meses. Las tempestades nocturnas eran terribles,
lo suficiente para espantar a quien no estuviera acostumbrado
a ellas. Los truenos y rayos iluminaban la selva como si fuera de
día y su estruendo era como el estallido de una bomba. Cuando la naturaleza se calmaba un gran silencio invadía el área y solo se
oía la corriente del río. La fauna abundantísima incluía jaguares,
tigrillos, panteras, zorros, toda clase de aves y en especial toda
clase de culebras. Las había de todos los colores, tamaños y grado
de peligrosidad. No había día que no se viera alguna.