Revoltijo De Recuerdos

MUNDIAL DE INGLATERRA El verano de 1.966 tenía un centro clave de atención general. Era el VIII Campeonato Mundial de Fútbol que se celebraba en Inglaterra. De los setenta y cuatro países contendientes habían llegado a Inglaterra dieciséis selecciones nacionales. Se esperaba una masiva asistencia de aficionados de todos los lugares del mundo bajo la mascota Willie. Todos los países habían enviado sus medios especializados de comunicación, prensa, radio y televisión. Hasta la capital de mi provincia había enviado como corresponsal oficial al popular locutor deportivo de Radio Cáceres, Tomás Pérez Durán, patrocinado por la firma de electrodomésticos José Luis Panadero. Por aquellas calendas me encontraba en Londres, supliendo a un sacerdote en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en el centro de la capital. Tomás Pérez me había escrito con antelación para indicarme la hora de la llegada de su tren en la estación Victoria. Esperé complacido la hora indicada, pero Tomás no desembarcó. Esperé más de tres horas confiado en que vendría en el próximo tren. Pero se vaciaban todos los trenes y Tomás no bajaba de ninguno de ellos. A la vista del fracaso y dada la hora ya tardía y no poder comunicarme con él para conocer la causa de su retraso, opté por regresar a casa. Aún no me había dormido cuando escuché golpes débiles en la puerta de la rectoría. Al bajar y abrir la puerta, ví a Tomás Pérez que trataba de disculparse por los inconvenientes que me había causado debido a retrasos involuntarios en la estación de París. Pero Tomás no venía solo. A su lado, silencioso y medio asustado, venía un señor bajito que se identificó como William Guerrero, ingeniero, natural de Perú, que venía a Inglaterra, sólo para ver jugar a la selección de España y había entablado amistad con Tomás durante el trayecto en el barco. En sus brazos sostenía varios paquetes de café, uno de los cuales se había roto y su agradable aroma extendía su fragancia a su alrededor. Su intensidad era tan penetrante que dudo no esté todavía oliendo aquellla habitación y toda la rectoria a café peruano. A tan altas horas de la noche era arriesgado salir a buscar hospedaje. Mejor acomodarnos los tres en mi habitación de la rectoría y buscar lugar para ellos al día siguiente. Hice la distribución: Tomás dormiría en mi cama y el señor Guerrero y yo, en el suelo. Al día siguiente, desde bien temprano salimos a buscar hospedaje. Tarea harto difícil. Todos los espacios estaban ocupados, dada la enorme afluencia de extranjeros a los mundiales de fútbol. Pateamos todo Londres, sin obtener respuesta positiva. El empeño fue inútil. Llegó la noche y el esfuerzo había resultado baldío y frustrante. Volvimos a la parroquia. Había que repetir la misma operación de la noche anterior. Ahora la cama le tocaría al peruano que seguía custodiando su café como oro en paño. Tomás y yo dormimos en el suelo. Menos mal que al tercer día encontramos el acomodo deseado. Los días de partido Tomás venía temprano a la parroquia y me ayudaba a misa. Así recordaba sus años de niño cuando era monaguillo en su parroquia. Lo que no recordaba tan bien eran los latines. Y menos la respuesta siempre engorrosa al “Orate Fratres”. Tomás casi vociferaba la primera palabra “Suscipiat…” y bajando la voz apenas rumoreaba expresiones ininteligibles. Sólo podía percibir unas frases con subida de tono que decían: “Date prisa que si no, perdemos el tren”, que repetía al menos tres veces para dar espacio a las frases que no recordaba del “Suscipiat”. El día 13 de julio se celebraba en Birmingham el partido España- Argentina y la víspera por la noche sólo pudimos encontrar acomodo en el mismo hotel donde estaba concentrada la selección nacional española. Pedimos habitación para dos personas cuando en realidad éramos tres. Con el miedo en el cuerpo fuimos subiendo de uno en uno con el temor que si nos pillaban y descubían la trampa, podían expulsarnos o peor aún, denunciarnos a la policia y tal vez arrestarnos. La habitación era espaciosa y confortable. Ya los tres dentro no osábamos hablar alto y nos fuimos acomodando. Media hora después alguien dió golpes en la puerta y nos llenamos de pavor. “Ya nos pillaron” - dijo Tomás nervioso. Le contesté: “Métete en el armario o debajo de la cama”. En un abrir y cerrar de ojos, Tomás había desaparecido y me dirigí a abrir la puerta de la habitación. El miedo se transformó en risa e indignación. El que golpeaba la puerta era el señor Guerrero: “¿Cómo no nos dijiste que ibas a salir? No te imaginas el susto que nos has dado. Creímos que estarías en el baño, pero no fuera de la habitación” – dije indignado -. Haber coincidido en el mismo hotel donde se hospedaba la selección española de futbol me dió ocasión para dejar de ser “forofo”, “Hoolingans” o “hincha” del fútbol. Dejé de preocuparme por el “Marca” o el “As” y perdí todo interés por las declaraciones de los futbolistas o entrenadores y las crónicas del futbol como lo hacía antes. Comencé a ver el futbol desde otra perspectiva. Atrás quedaban mis encuentros con Arteche y Zarra (José Luís Arteche y Telmo Zarraonandía) y sus autógrafos cuando estudié canto gregoriano en Vitoria en el ano 1.958 y coincidí con ellos en Mungía. Ya no era igual. Todo había cambiado al ver lo que se cocinaba por dentro en la selección. Y dentro de la selección hay mucho más de lo que vemos por la televisión o escuchamos por la radio. Detrás hay otro mundo que no aparece al público adormecido y engañado por la información deportiva. El mismo mundial, expresión máxima del más puro y alto deporte balompédico esta viciado. Me dí cuenta que los ingleses habían montado el mundial para que el campeonato se quedara en casa. Muy sutílmente habían organizado todo para hacer caer a los posibles y más temibles rivales candidatos al triunfo final. Era una estrategia indigna y vergonzante. Aparte de los arbitrajes tan discutidos y sospechosos, había una tela de araña en la que fácilmente cayeron los participantes. En todos lo hoteles donde se hospedaban las delegaciones de los países clasificados habían concentrado a las mejores y más reputadas finas putas del Reino Unido, con trabajos estratégicos y adecuados para insinuar y ofrecer sexo a los jugadores. Así no era de extrañar que éstos saltasen al campo de juego y no pudiesen con los pantalones. Los únicos que tomaron medida ante aquella invasión de putas fueron los alemanes. Decidieron con urgencia que el gobierno fletase un avión desde Alemania con las mujeres y novias de sus representantes para evitar caer en la trampa tendida. Y si no ganaron la final, al menos la disputaron con bravura y dignidad en el legendario estadio de Wembley. Yo mismo ví a Lusito Suárez, el “crack” e ídolo del fútbol español, pasear por los jardines del hotel, colgado de dos gachís jóvenes y hermosas, entre risas y gestos nada edificantes. Dos periodistas españoles, conocidísimos de los lectores comentaban una tarde: “Para esta noche ya tenemos dos mozas de buen ver. Pero si quieren unirse a nosotros y quieren venir “fulano” y “futano”, no hay problema. Que traigan a otras dos amigas más”. Otro comentaba la entrevista que había aparecido en “Marca” con Manolo Sanchís. “Pués ¿cuándo has entrevistado tu a Sanchís? - le preguntó un colega -. “No le he entrevistado. Me he inventado la entrevista” – respondió. Algunos jugadores no ocultaban su descontento: “Todo el mundo de vacaciones y nosotros todavía aquí… ¡Cuando acabará todo esto! Los partidos de la selección española fueron un desastre y causaron la decepción general entre los aficionados a este deporte. Nuestra selección acabó una vez más, sin pena ni gloria. El mismo Matias Prat - padre - que tantos partidos había retransmitido por radio y ahora comentaba por televisión española, al final del partido España - Argentina, que perdimos por 2-1, y estando yo a su lado y ya fuera