De principios y locuras

Grabado en mis ojos Mi rostro se ha desdibujado con el tiempo, cientos de surcos delatan mi existir. No intento ya ocultar las obviedades, porque las estrías de hoy no son más que piel, convertida en biografía. Mis ojos se han vuelto imprecisos con el tiempo, imágenes borrosas confiesan haber visto un poco de todo y casi nada. Pero eso sí, la huella del mundo se ha quedado por siempre incrustada en mis pupilas. Mi boca, antaño mordaz y corrosiva se ha vuelto con el tiempo un poco más sensata y reflexiva. Palabras discretas evidencian ahora mi verdad; mi estilo aguerrido se volvió sereno, y también se me han quitado las ganas de pelear. La vida es más tranquila con los años, ya no hay mucho quizás que defender; podemos decidir nuestras batallas y aunque tarde y a pesar de las renuncias, al fin llegó la hora de sentir placer. El dolor de mi distancia El día está por partir, ya lo presiento. Se aleja disgustado por los gestos, por las muecas que por años esbozaron esos negros y lúgubres peñascos, que hartos ya, de ser tajantes e incisivos, hieren con su filo, cualquier acercamiento, aunque benigno. A veces así somos los humanos, preñados de grietas afiladas y mordaces, que deseosos de sentirnos queridos y estrechados lanzamos como fuego una mirada alejando a los seres que muy suave, intentan sinceros allegarse. Vivimos defendiendo nuestro espacio; rechazamos caricias y no se diga, abrazos. Peleamos con furia por el “mío”, robando el firmamento, como si no fuera un paraje de todos o ninguno. Queremos reducir el cosmos infinito a una posesión particular, sin ver que nos llegó la hora de renunciar a la ilusión doliente, de que algo en verdad nos pertenece. Si pudiéramos vivir con la certeza de gozar con plenitud y brío, el sereno desapego, de la autonomía y la libertad . . . ¡Otra sería nuestra vida!