PROLOGO
La tarde había caído en la ciudad y las nubes comenzaban a tapar la luz
del sol que poco a poco perdía luminosidad.
Lourdes, una muchacha de escasos dieciocho años de edad, de cabello
lacio y rubio, de ojos de color azul claro, facciones finas y complexión delgada,
caminaba con graciosos pasos sobre la acera. Estaba contenta y no le
importaba que la gente la viera así. Dio vuelta en una esquina y le sonrió a
un niño que cruzaba frente a ella en una bicicleta. Continuó su camino hasta
llegar a un elegante edificio departamental, subió por las escaleras, abrió la
puerta principal y caminó hasta el elevador. Rebosaba de alegría y así lo
dejaba ver. Saludó al elevadorista y le indicó que iba al quinto piso.
Una vez que llegaron al piso correcto, Lourdes se despidió del elevadorista
agradeciendo amablemente su atención y caminó por el pasillo hasta la puerta
del departamento 506. Tocó un par de veces y esperó impacientemente.
- ¡Hola mi amor! Pasa - saludó Fernando después de haber visto a la
persona que había llamado a su puerta.
Fernando Córdoba era un hombre bien parecido, de porte elegante, ojos
café oscuro como su cabello, y le llevaba más de diez años de edad a Lourdes.
Era un hombre importante por su dinero y gozaba de gran categoría dentro
de la sociedad.
Por supuesto que a Lourdes no le interesaba nada de las pertenencias
de su novio, sino el gran amor y cariño que él le demostraba. Caminó hacia
el interior del departamento y permitió que Fernando le quitara el saco que
llevaba puesto.
- Hoy quiero que sea una velada muy especial - dijo Fernando mientras
colocaba el saco de Lourdes sobre uno de los sillones de la sala.
- El estar contigo lo es para mí - respondió ella al momento que lo abrazaba
por el cuello, aproximando sus labios a los de él.
- ¡Feliz cumpleaños! - exclamó Fernando después de haber probado los
labios húmedos de su novia, y luego los volvió a besar -. ¡Ven! - se liberó de los
brazos de su amada y tomándola de la mano la condujo hasta el comedor.
Una mesa para dos. Los platillos sobre la mesa: crema de champiñones,
ensalada de jitomate, carne asada bañada en su jugo, arroz esponjoso,
frijoles refritos y una botella de vino; todos delicadamente preparados y
elegantemente arreglados.
- Lo preparé todo para ti - explicó Fernando al momento que volteaba a
ver el rostro de Lourdes, que había quedado completamente impresionada
señalando con su mano derecha los suculentos platillos.
Los ojos de Lourdes brillaron de alegría como queriendo dejar escapar
algunas lágrimas. Siempre había sido feliz a lado de Fernando, pero aquella
velada sobresalía de las ocasiones anteriores, era algo especial -. ¡Gracias!
- exclamó con gran regocijo, y besó la mejilla de su prometido. Se acercó a la
mesa, y con la ayuda de Fernando que le sujetó y colocó el asiento, se sentó
a la mesa.
Fernando encendió las velas y apagó la luz para después tomar su lugar
en la mesa, frente a Lourdes.
Lourdes miró fijamente el rostro de Fernando, sus ojos azules no
parpadearon en lo absoluto. Aquella era la noche más bella de su vida, nadie
la echaría a perder y ella lo disfrutaría por el resto de su vida.
Lourdes colocó su tenedor y cuchillo sobre el plato vacío y poniendo sus
manos sobre la mesa levantó su mirada hacia Fernando, sus ojos brillaban
llenos de emoción. - Estuvo delicioso - trató de halagar al cocinero dándole
su mejor sonrisa.
- ¿Estás segura que no quieres más? - preguntó Fernando mientras con
su mano derecha sostenía una cuchara llena de carne.
- No gracias, ya fue suficiente - Lourdes llevó delicadamente sus manos
hacia su vientre demostrando que estaba satisfecha.
- ¡Bien! - se levantó Fernando de la mesa, tomó el plato y los cubiertos de
Lourdes y los empalmó sobre los suyos.
- ¿Te ayudo? - se ofreció Lourdes moviéndose con rapidez para levantar
algunas de las ollas y cazuelas.
- ¡No, no, no…! - exclamó Fernando tratando de ser amable -. Aún falta
una sorpresa - se cercioró de que Lourdes dejara en la mesa lo que había
tomado y luego se retiró a la cocina.
Ante la mirada divertida y alegre de Lourdes Fernando entró y salió del
comedor al menos un par de veces más, hasta dejar completamente limpia la
mesa. Entre los dos se intercambiaron miradas y sonrisas, como si cada quien
pudiera adivinar los pensamientos del otro; se sonreían y se coqueteaban en
un ambiente de lo más romántico.
Por unos instantes Fernando se desapareció en la cocina. Lourdes picada
por la curiosidad estaba a punto de ponerse de pie cuando Fernando la
sorprendió. - ¡Feliz cumpleaños! - exclamó al instante que hacía su aparición
en el comedor con un pastel que tenía dieciocho velas encendidas, y lo colocó
al centro de la mesa.
- Eres un amor - Lourdes miró con cariño y ternura a Fernando, y se
dispuso a apagar las velas.
- ¡Espera! Debes pedir primero un deseo - interrumpió Fernando
atravesando su mano entre la boca de Lourdes y las velas.
Lourdes cerró los ojos y apretando sus labios deseó que aquella felicidad
que sentía no terminara nunca, que Fernando la amara como ella lo amaba
a él, por hacerla tan dichosa. - ¡Ya! - exclamó en voz baja al momento que
abría los ojos y echaba una rápida y coqueta mirada al amor de su vida,
antes de soplar sobre las velas; diecisiete de ellas se apagaron con el primer
soplido, y para la última tuvo que tomar un poco más de aire y emplear un
segundo esfuerzo -. Esta velada ha sido maravillosa - y las miradas de ambos
se cruzaron una vez más.
Fernando miró a Lourdes con mucha ternura y amor, como si disfrutara
de la alegría que había generado en ella. - Entonces hagámosla aún más
maravillosa… - sugirió.
- ¿Cómo? Todo es tan perfecto… - preguntó Lourdes sorprendida,
pensando que habría una sorpresa más.
- Quédate conmigo esta noche - propuso Fernando y dejó escapar una
mirada de súplica.
- ¿A qué te refieres? - Lourdes se mostró turbada por la propuesta.
Fernando la observó por algunos instantes sin decir nada.
- Sabes que no puedo, no sería correcto; y además, mis padres… - la
magia había desaparecido de pronto.
- Está bien, sólo se completamente mía por un rato - dijo Fernando como
si se hubiese dado cuenta de que había cometido un error.
- Sabes que no es correcto. Habíamos acordado que esperaríamos
hasta después del matrimonio - ahora Lourdes estaba un poco enfadada y
decepcionada -. Ahora veo bien, hiciste todo esto para cautivarme…
- ¡No, no me mal interpretes! - Fernando trató de disculparse -. Es sólo
que las cosas se dieron de una forma tan maravillosa que sentí que querrías
gozar de toda la felicidad que una pareja puede alcanzar - su rostro se mostró
tímido y avergonzado -. Te vi tan feliz que sentí que querrías compartir esa
felicidad conmigo…
- No de esa manera, al menos no por ahora.
- ¿Entonces cuando?
- Cuando estemos casado.
- Y si para entonces no eres la chica feliz que veo ahora…
- Lo seré - Lourdes tomó con ternura las manos de Fernando, pasando
por los costados del pastel -. ¿Acaso que no sabes que la noche de bodas es
la noche fantástica con la que toda mujer sueña?
- No. Creo que lo que pasa es que tienes dudas de tu amor por mí -
Fernando retiró las manos dejando las de Lourdes sobre la mesa.
- No, eso no es cierto. Hoy ha sido el día más maravilloso de mi vida y
sé que te quiero con todo mi corazón - respondió Lourdes sintiendo que su
corazón se partía en dos.
- Yo creo que sólo ha sido el momento - Fernando desvió la mirada y se
levantó de la mesa.
- Como puedo demostrarte lo que siento… - dijo Lourdes después de
ponerse de pie y abrazarlo por la espalda evitando que se alejara.
- Tu sabes como - le respondió firmemente. Hizo una pausa y girando sus
piernas la tomó de las manos -. Déjame gozar contigo de este maravilloso día,
déjame hacerlo perfecto para ti… Nadie lo sabrá, sólo tú y yo…