Mogotero es un lugar especial, tiene como característica que los visitantes aprecian mucho más sus valores que sus propios pobladores y eso ocurre con frecuencia en muchas partes. Nadie sabe lo que tiene… Para mí, ese pueblo ha sido especialmente importante, he llegado a pensar que en él se cumplen ciclos de mi vida. Cuando necesito concentrarme en mis meditaciones o superarme ante las presiones que la vida me ha deparado, acudo allí, quizás por su belleza que se confunde con lo antiguo, pintoresco o realmente que tiene la virtud de no cambiar en el tiempo y sostener viva la propia imagen de nuestro origen. Sus pobladores se quejan, protestan, ven como el paso de los años lo deteriora todo. Muchas de sus casas mantienen sólo la escasa pintura de hace más de setenta años, las maderas de los marcos se agrietan y los grandes ladrillos se asoman fuera del repello de cal y cemento. Pero dentro de este panorama mayoritario contrasta la prosperidad de otros, que respetando la belleza artística de lo añejo le dan el toque restaurador, símbolo del esfuerzo de la comunidad por aferrarse a la vida y existir. Entre ellos se destacan la iglesia, que se mantiene reluciente al extremo del parque y las hospederías que prósperas se distribuyen a saltos en sus calles, terminando por concentrarse más en las zonas próximas al centro. En esa pujanza compite en la plaza principal lo trascendente e inconmovible, imperecedera, lo recio del mármol hace que la estatua de la “Libertad” continúe sobre su pedestal recordando una época brillante de la humanidad y los tiempos pasados de prosperidad en aquel pueblo. A quién se le ocurriría la terrible idea de construir ese cine con su lobby de granito y su estructura futurista en medio de todo esto, por qué no mantuvieron el corte colonial como con la tienda de una esquina más arriba. Debería estar prohibido modificar algo aquí, es como si tratáramos de falsificar parte de un documento y ese a mi juicio, es el mayor peligro para la belleza de este pueblo. Hoy de mañana subí al cerro que lo limita por el sur, la vista es fantástica, todo parece legítimo en contraste con este mundo que se desboca hacia el modernismo artificial, donde lo superfluo prolifera en desmedida; el contraste de los tejados rojos y pardos, el mar azul intenso, los mogotes del otro lado de la bahía y el cielo despejado, conforman una imagen que ningún pintor superaría.
Ahora estoy aquí junto al mar, recibiendo la brisa húmeda que el romper de las olas lanza sobre la costa, ni se por qué decidí hacer el viaje esta vez, ¿me engaño?, claro que me engaño, es aquí donde me encuentro con los míos, es donde puedo materializar mis recuerdos con mayor precisión y es siempre a este lugar adonde traigo mis preocupaciones, mis dudas y pesares, si, mis pesares, pues mis euforias las dilapido en la ciudad, ¡que ingrato! Bueno, no quiero desviar mi pensamiento en ese rumbo, el barquito con la vela grisácea me trae a mis preocupaciones terrenales y sin saber cómo, estoy haciendo el balance de mi vida, mis estudios, mi profesión periodística, los años dedicados a una tarea, al objetivo supremo de tratar de realzar mi yo y de pronto, el cambio, la firmeza debajo de mis pies cedió casi sin aviso y estoy cayendo, suave, pero cayendo y no tenía de qué asirme, hasta ayer. Y a eso vine hoy aquí, a pensar, y decidí repasar los pormenores del episodio que me inició en esta historia y lo hice recordando mi encuentro con Alex.