CUATRO AÑOS MÁS TARDE...
El joven gansmo camina por los túneles blancos que componen su base
militar en dirección a la sala del consejo para asistir a la reunión que preside
su padre, el rey Tarmaním.
Camina con una elegancia sobrenatural; su porte es altivo, orgulloso, conoce
las extensiones de su ilimitado poder y vuelca ese conocimiento en cada uno
de sus movimientos, incluso en su forma de acentuar cada palabra. Está
acostumbrado a dar ordenes y a que estas sean obedecidas sin tan siquiera
ser cuestionadas.
Permite que una capa de acero cubra su corazón para protegerlo de los errores
del pasado, y solo muy de vez en cuando deja caer esa máscara y se muestra
al mundo tal y como realmente es.
Llega ante las altas puertas de la estancia en la que se reúne el consejo y su
entrada, como no, llama la atención de los veinte ancianos que le esperan.
- Tan discreto como siempre.- exclama Yubar con sarcasmo.
- ¿Desde cuando es necesaria la discreción en mi propio reino?- inquiere el joven
con fingida inocencia.- ¿O es que acaso planeáis mi ejecución por indiscreto?
Algo que, si me permitís la observación, no os beneficiaria en nada.
El anciano del consejo suspira con exasperación mientras el joven gansmo se
repantiga con tranquilidad y elegancia en una de las butacas de estilo barroco
que forman un amplio círculo en el centro de la estancia.
La sala del consejo es única, ninguna otra comunidad gansma tiene una
y en ella tan solo entra quien realmente merece ser digno de tal honor, a
resumidas cuentas: el que es poderoso cruza las puertas, los que no lo son
tanto ni tan siquiera se acercan a ellas.
- Supongo que ya conoces el motivo por el cuál te mandemos llamar.- Yubar
se sienta frente a él, a unos diez metros de distancia.
Yubar en el líder de los ancianos del consejo, es el más anciano de todos
aunque su apariencia de un hombre joven hace difícil aceptar que tenga
más de seis mil años. Su edad, guiándose por su apariencia física, se diría
que es joven pero de edad incalculable, igual son dieciséis que veintiséis. Al
muchacho le sucede lo mismo, solo que él tiene cincuenta y tres.
- No.- responde el joven príncipe con una voz que suena como terciopelo negro,
suave y siniestra.- ¿Debería?- inquiere alzando una perfecta ceja azabache.
El anciano le mira con sus oscuros ojos cargados de impaciencia y se mesa
los cabellos rojos. Su joven y poderoso príncipe tiene la cualidad de saber
exasperarle en el momento en el cual le venga en gana.
- Eres telépata.- replica tenso.