La Fuente

No supo esperar a que llegara el otro día y se fue al taller desierto, donde trabajó ahí hasta el amanecer del día siguiente. El velador lo vio respetuosamente desde lejos y no se atrevió a interrumpirlo.Cuando llegó la hora de la clase, el cuadro estaba terminado y era de una poderosa belleza llena de misterio. Los alumnos se acercaron a verlo y por el salón se esparció un murmullo de admiración.

Francisco aprovechó su cuadro para explicar el tema de las veladuras.El tiempo, esa dimensión relativa, sólo nos muestra una de sus facetas. Siempre es hoy, y hoy era ya la inauguración de la exposición de la serie de cuadros del maestro. Francisco, nervioso, de pie a la entrada de la sala de exhibición, recibía uno a uno a los visitantes. A su lado el director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, sonreía ampliamente. Maestros, alumnos, familiares, la prensa y la TV estaban ahí.En el centro de la amplia sala de exhibición había una larga mesa cubierta de bocadillos y copas de vino helado.-Que no me sienta lejos, anheló el pintor… Pero ahí estaba su fantasma eterno, instalándose en su conciencia. Un sudor helado le invadió despacio, inexorable. Tenía que enjugarse la diestra con el pañuelo a cada estrechón de mano.No pudo pasar bocado ni tocar el vino.

Al instante de la entrevista por televisión fue el maestro Jean Chevrier quien lo apoyó y guió para hacer un papel aceptable, hasta, acercándose un poco le susurró:-Por favor, sonría.Al fondo del salón, un cuarteto de cuerdas dejaba escapar música sedante, semejante al aroma que al llegar la noche, escapa de las magnolias en Malinalco. Una insoportable nostalgia asaeteó a Francisco:

-¿Qué hago aquí? Se interrogó con amargura.Una vez que la prolongada inauguración llegó a su término, Jean Chevrier puso su mano sobre el brazo izquierdo del maestro y le dijo:-Estamos todos invitados al concierto de Buxtehude en la Sainte Chapelle, de ahí nos iremos a cenar, venga conmigo. Sin fuerzas, Francisco siguió a su director. No supo exactamente como, pero ya estaba sentado en el interior resplandeciente de aquella joya de la arquitectura gótica. Parecía un encaje de piedra unido por vitrales multicolores. Le parecía ver una jaula dentro de la que latía un corazón-pájaro de fuego.