El tesoro de Juan Chávez

El abuelo se encargó de los gastos de los funerales, y le dio a la viuda una cantidad muy generosa de dinero en efectivo, por indemnización por haber fallecido en horas de trabajo, y para cubrir cualquier demanda por dolor y sufrimiento, aunque esto último no estaba estipulado en ninguna parte. Le pagó al sepulturero manco que vivía junto al panteón y el mismo que dejo de hablar desde que perdió su mano derecha, de modo que nadie estaba seguro de cómo fue que la había perdido. La gente decía que la perdió por andar buscando tesoros hechizados cuando supuestamente quiso tocar con la pala las llamaradas que salían de la tierra buscando un tesoro en una de las cuevas del cerro del muerto, y terminó perdiendo la pala y la mano en un fogonazo que se prendió y se apagó de golpe, desapareciendo la pala junto con la mano y dejándolo manco desde arriba de la muñeca. Pero la realidad era muy distinta, y era que la perdió en un pleito de machetes, con el machete en la mano izquierda y un guarache en la derecha a modo de escudo. El contrincante era su mismo hermano y peleaban por la misma mujer, que era la esposa del hermano y el pleito se inició cuando llegó el hermano por la tarde y lo encontró hablándole de amores atreves de la ventana. Así fue que perdió su mano por el machete y el habla por la vergüenza. Y siguió su oficio de escarbador solo que limitándose al panteón, y no a los tesoros ajenos.

A las seis de la mañana ya estaba Miguel sentado en la cocina tomando un café caliente bien cargado, con la mirada perdida en la pared y soplando a su café, tomando sorbos despacito y sin quitar la vista de un mismo punto. Aurora tampoco había dormido mucho, y sabia que Miguel estaba ahí esperando. Para esas horas ella ya se hubiera levantado, pero no quería ir a la cocina porque sabía que Miguel esperaba la llave del cuarto del patio chico, la llave que ella tenía en las manos, apretando contra el pecho, y pidiendo una intervención Divina para salir de aquella situación desesperante.