Introducción
En una noche lluviosa, mientras la gente de la ciudad dormía
en su mayoría, se escucha el correr acelerado y agitado de alguien
que escapa de sus pensamientos, queriendo evadir sus
sentimientos, aunque ellos van adelante esperándola hasta donde
repose para tomar nuevas fuerzas en su carrera sin fin. Aquella noche,
para unos era de descanso, algunos lo consideraban de fiesta,
otros de conversación, pero para Juvinna era la noche de su más
sorprendente cambio.
Eran las 11:44 de la noche, Juvinna corría y corría, intentando
escapar, en gran ansiedad, por las húmedas calles de una ciudad
embriagada de celebraciones en un día viernes por la noche. La
lluvia caía como para ocasionar un desbordamiento, aunque para
Juvinna, eso era lo que menos le preocupaba. Sus lágrimas corrían
mezclándose con la lluvia y caían a tierra, sin causar ningún efecto
en nadie mas que en su propia alma. Entre sollozos y suspiros,
llegó hasta el famoso cafetín italiano, Cambiatto, un lugar donde
el acordeón invitaba a un momento de calma y relajamiento, pero
para Juvinna, era otro el momento.
Cansada de correr, agitada y con gemidos. Con sus manos
removió un poco sus lágrimas y se detuvo en la puerta del cafetín
para pensar y tomar un poco de aire. Estaba exhausta y temblando
por el frío que penetraba en su cuerpo, aunque en su alma había
un invierno duradero. Ella observaba, con su ceño fruncido hacia afuera, en las calles, con furia, con el mismo coraje que la empujó a huir con lágrimas y con odio desbordante en la mirada. Mientras sus lágrimas brotaban dejando no sólo huella en sus mejillas, sino en su corazón, se acomodó para reposar sobre el marco de la puer¬ta. Un hombre sentado en una mesa del cafetín, con sombrero de ala, su saco negro, el que acostumbraba, muy elegante en su postu¬ra, levantó un poco su rostro, sin poder verse con detalle la figura de su perfil, tan solo su mentón y el labio inferior, con voz suave y penetrante preguntó:
—¿Puedo ayudarte?
Aquel hombre disfrutaba de un café expreso, al cual siempre le añadía, tres gotas de leche pura y tres gotas de miel del panal. El aroma era algo casi adormecedor, y llenaba todo aquel lugar, pero para Juvinna no era algo digno de llamar su atención. Sobre la mesa estaba una vela, la llama, moviéndose al ritmo del viento que entraba por pausas como respetando el momento de aquel hombre, el cual infundía respeto y autoridad y su café expreso. Juvinna al escuchar la voz de aquel hombre, como por reflejo y por instinto evasivo, respondió:
—No gracias.
Moviendo un poco su rostro, hacia el lado derecho, viendo hacia el suelo, hacia la mesa donde estaba aquel hombre misterioso. El hombre movió un poco su café y después de un casi ritual sorbi¬do, bajó su cabeza, mientras Juvinna temblaba, empezando a frotar sus manos por el frío de la noche. De pronto ella se percató que la hora era pasada ya medianoche e introdujo sus manos en su panta¬lón de mezclilla, desgastado, de acuerdo a la moda y al estilo de su propia vida, tratando de encontrar algo de dinero para un taxi, pero escasamente obtuvo dos monedas de veinticinco centavos, y gruñó con desesperación ante la imposibilidad de conseguir lo que desea¬ba y poder descargar su ira que le acompañaba, con una carga que obliga y destruye las fuerzas del que la posee.
El hombre levantó una vez mas su rostro ahora dejando ver hasta su nariz, y la vela seguía consumiéndose, así como parecía consumirse Juvinna en su enojo y aflicción, y preguntó una vez mas a Juvinna:
—¿Necesitas ayuda?
Juvinna, se empeñó en su posición:
—¡No!
Ahora viendo más hacia arriba, logró ver hasta los hombros de aquel hombre, el cual inclinó su rostro como evadiendo el enfrenta¬miento de miradas al comprender que Juvinna estaba en un estado de enojo y de frustración.
Era una noche fría, sí, pero para aquel hombre que parecía poseer un calor natural, una noche de calma, caso contrario para Juvinna, la cual empiezó a gemir, y con lágrimas, tomando su rostro con sus manos y contrayéndose contra la pared, parecía derrumbarse como cuando cae un árbol a tierra después que le han golpeado constantemente con un hacha, el cual por fin cede ante la incapacidad de sostenerse más. Juvinna cayó sentada y lloró con desconsuelo.
Los propósitos de la vida, cambian según el tiempo que se vive. Aun cuando el destino final sea firme. Juvinna es una historia ficticia, y a la vez real de alguien que ha vivido su entera vida, en un contraste marcado de pruebas y aflicciones, algunas no buscadas, otras con invitación, por mo¬mentos de alegría, pasajeros, como nubes que dan sombra en días soleados, y luego desaparecen.