La Hija de la Mano Dura

...Me dirigí al baño, donde me entretuve un rato, practicando frente al espejo, posturas, miradas, movimientos.... ...Me deshice del vestido, acomodé mis senos de modo que se vieran un poco mas levantados, alboroté mi cabello, remojé mis labios. — ¡Te llegó la hora! … A por él, Sofía. — Ya no había que dejarle todo a la imaginación. Es cuando la teoría, de a paso, se va transformando en pura práctica. Su cuerpo semi desnudo, apenas cubierto por un fragmento de la fina sabana, me invitaba a explorarlo por completo. Éramos dos cuerpos con un magnetismo total, su anatomía, atraía la mía. Tenía que controlar mis impulsos. Pude identificar las correntadas en mi vientre y la calentura de mi entrepierna. Me acerqué y con la palma de mi mano sobre su pecho, ejercí oposición a su intención de levantarse. Me miró sorprendido, como preguntándose qué hacer. ¡Nos acariciamos con la mirada! Deslicé mi mano, y en una interminable caricia, dejé al descubierto su enorme hombría. Unimos nuestros labios; nos fundimos en un beso. Comencé el descenso, hacia la búsqueda de su cuello, aprovechando cada centímetro de piel, llegué hasta su pecho. Pude notar como el placer ejercía dominio total sobre él, dejándose consumir por un éxtasis profundo. Colocó sus brazos entrelazados debajo de su cabeza. Suspiró y distendió su cuerpo. Continué mi viaje por aquellos senderos nuevos. Un jadeante gemido me confirmó su entrega. Una vez saciado, fui servida en igual proporción. Su rostro encontró el mío…. … y fuimos una sola carne.