Los Muchochos de Atlixco
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Dijo Anton Chéjov, eminente médico, cuentista y dramaturgo ruso que: “Describe tu aldea y describirás el Mundo”. Esto es porque un escritor debe escribir de su entorno, de lo suyo y de lo que le rodea, pero sobre todo, de lo que vive y sabe. Este es el caso de la novela vivencialista que Javier Duhart, aborda en los Muchochos de Atlixco. El título de esta narrativa es irónico al describir a sus nuevos amigos de esa localidad en la edad de la plenitud en un cúmulo de experiencias en la vida. El irónico de la novela revela el perfil burdo de cada uno de las personas vueltas personajes de papel cuando se acaba el tiempo de compensación y se dedica a la contemplación de la vida tomándola no tan en serio sino en tertulias para el gozo, el compartir de experiencias, el expresar de lo que fue antes, ahora, y el después, dejando un testimonio como testamento. No, el asunto no es propiamente fatalista. Sencillamente el novelista describe en algunos casos con un alias a sus criaturas y da rienda suelta a una serie de anécdotas de la convivencia humana en tan poco tiempo y describe con amplio detalle las diabluras unipersonales en el círculo de la amistad. Porque creo que ese es el objetivo del autor: la amistad. Tomando en cuenta que Javier viniendo de su natal Distrito Federal, encontró en Atlixco, junto a su inseparable compañera, el lugar idóneo del retiro y, puesto que el Hombre no puede vivir aislado en el lugar donde se adopta para la vida, ha encontrado en los “Muchochos” una familia cofrade. Es un diploma a la amistad, al momento, a la vida, a su amada, y valida entonces el dedicar estos capítulos a manera de Diario o Bitácora. Acupuntura, diría yo, para la salud del alma de cada uno de los implicados mediante estas líneas con sabor a chavos porque no les queda de otra. Una vez que se trata de vivir con intensidad y sed, gota a gota, de ese licor o elixir de existencialismo. Ricardo Pérez Quitt